pariguayo
2006-10-30 22:03:21 UTC
Popeye, Bin Laden y dos coroneles chinos
Este artículo fue publicado por primera vez en octubre de 2001
Antonio Maira
Cádiz Rebelde/ El Viejo Topo
A partir del 11 de septiembre la preocupación fundamental de los
políticos estadounidenses no fue capturar o matar a Bin Laden y
destruir Al Qaeda, ni tampoco la de lograr la caída de los talibanes y
el establecimiento de un régimen manejable, o francamente títere, en
Kabul, siendo estas dos cosas extremadamente importantes. Porque, otra
cosa, además de las Torres Gemelas, se ha desmoronado el 11 de
septiembre.
Una flecha en el tendón de Aquiles
Con toda la importancia de esos dos logros -uno, el de la venganza,
declarado públicamente, y el otro, el de la implantación de las
cohortes imperiales en suelo afgano, que más que sospechado es
conocido, compartido o lamentado, aunque en discreto silencio, por
todos los gobiernos del mundo-, lo realmente significativo para los
estrategas del Pentágono y para las propias relaciones de poder
internacionales que sostienen la supremacía de los EEUU o el poder del
Imperio, es que los atentados han puesto de manifiesto, también para
todos sus enemigos, la existencia de una enorme grieta en la seguridad
del país más poderoso del mundo, una vulnerabilidad totalmente
insospechada. Esto es extraordinariamente dramático para el proyecto
de poder de los Estados Unidos porque no puede ser remediado con éxito
militar, inmediato, alguno.
De repente, el territorio norteamericano -zona liberada de la
guerra- es alcanzable para sus enemigos, sus bienes pueden ser
destruidos y sus ciudadanos masacrados. Y esto no es una sospecha
paranoica o una alarma artificial elaborada para facilitar el
crecimiento del presupuesto de defensa o para justificar una operación
de castigo, sino una tremenda constatación avalada por cinco o seis
mil muertos, por el ataque al Pentágono y por la destrucción total e
irremediable del World Trade Center, los edificios más simbólicos de
la actitud de los Estados Unidos ante el nuevo milenio. Y también por
varias horas de desconcierto total, de temor y de impotencia
dramática, del país más armado del mundo. Sin aviso alguno, en una
hora corriente de un día cualquiera, los hechos afirmaron algo
totalmente inaudito: que la guerra había entrado y podía volver a
entrar, con niveles muy altos de destrucción y gran número de
víctimas civiles, arrasando los mayores símbolos de poder, en el
mismísimo territorio de los Estados Unidos.
Sobre la absoluta imposibilidad de que esto ocurriera estaba diseñada
una estrategia de dominación extremadamente agresiva y toda una
política internacional que desde hace años rompía negociaciones,
acuerdos, tratados y conciertos.
Ganar un enemigo, perder la impunidad
En el número de octubre de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet dice
que a "los veteranos de la guerra fría" del gabinete Bush la
situación puede resultarles favorable, porque "los atentados les
restituyen un factor estratégico del máximo nivel, del que se habían
visto privados durante diez años, desde el hundimiento de la Unión
Soviética: un adversario". Sin embargo, y aunque la demanda de
establecer un enemigo como prioridad de la política exterior aparecía
en el documento Santa Fe IV que supone la posición de la derecha dura
norteamericana y, como tal, orienta la política exterior de los
presidentes republicanos, lo que parece vital en estos momentos es que
los Estados Unidos han perdido el factor estratégico fundamental: la
impunidad. Este factor determinaba la posibilidad de recurrir a la
guerra sin pensarlo dos veces, como instrumento cotidiano y sin correr
riesgo alguno. Los ataques del 11 de septiembre han hecho tambalearse
el diseño estratégico que para la dominación del mundo habían
establecido los sucesivos Consejos de Seguridad Nacional -la
institución que determina la continuidad, más allá de las
contingencias presidenciales, en el diseño del Imperio-, la
política de armamentos de Washington y la estructura fundamental de su
política exterior. Lo han hecho al destruir la herramienta fundamental
del sistema de poder: el modelo de guerra elaborado minuciosamente en
los últimos quince años.
El no de dos coroneles chinos
El primer aviso de que en la guerra las cosas podrían no ir tan bien
como los Estados Unidos esperaban fue escrito, en chino, por los
coroneles Qiao Liang y Wang Xianghui nada menos que en 1999, poco antes
de la "guerra modélica" contra Yugoslavia. La idea de que algo
como lo sugerido pudiera ocurrir era tan descabellada que el libro La
guerra más allá de las reglas: evaluación de la guerra y de los
métodos de guerra en la Era de la globalización pasó totalmente
desapercibido. En realidad, el desinterés parecía justificado: los
coroneles iniciaban el análisis en la experiencia de la guerra del
Golfo y de las sucesivas operaciones contra Iraq, y admitían, en una
primera conclusión, que los EEUU eran invencibles.
Efectivamente, los militares chinos partían, de acuerdo en esto con
sus satisfechos colegas estadounidenses, de la constatación de la
absoluta superioridad militar y tecnológica de los EEUU. Ese punto de
partida, cuya consecuencia era la impotencia de los demás países para
defenderse de las agresiones y chantajes armados de la superpotencia,
se completaba con la convicción, en relación con China, de la enorme
posibilidad de sufrir a corto o medio plazo una ataque demoledor o una
amenaza irresistible.
Sin embargo, lejos de mantenerse en esa conclusión desasosegante
nuestros coroneles se habían implicado a fondo en el análisis de las
posibilidades de salir de un dilema dramático: obedecer a los EEUU o
ser arrasados. En esa minuciosa tarea definieron una revolución
militar que iba más allá de la ya realizada por el Pentágono; se
basaba en la recomendación de un pensamiento y una actuación "fuera
de las reglas", es decir, del conjunto de normas y métodos sobre la
guerra definidos por Occidente para asegurar su victoria.
Desde esa revolución basada en lo "militarmente incorrecto", que
arranca desde una posición deliberadamente marginal, lanzaron un
verdadero reto a los EEUU. En la guerra cuyas normas, reglas y métodos
de combate han sido definidas por Occidente, su país, China, no
tendría posibilidad alguna. En consecuencia, Qiao Liang y Wang
Xianghui, recomiendan resolver el problema "pensando fuera del
marco", "al margen de las reglas", de esas reglas, normas y
métodos de guerra que han sido impuestas por los estrategas y
militares del Pentágono.
Popeye se va a la guerra
Los Estados Unidos, en opinión de los coroneles chinos, parten de una
convicción y asumen una exigencia primaria en su relación con la
guerra. La convicción es la de que las disputas internacionales pueden
ser resueltas, definitivamente, en el campo de batalla. Como veremos
más tarde esta convicción es una manifestación y una consecuencia
del modelo de guerra que han estado desarrollando los estrategas del
Pentágono: una guerra instrumental, sin riesgos, fácil, sin costes
humanos, con éxito asegurado y con una fácil relación con la
opinión pública.
La exigencia es la de "cero bajas propias" como norma suprema en el
modelo de "combate". Desde la invasión de Panamá y la guerra del
Golfo, y como antídoto al síndrome de Vietnam, Washington ha
desarrollado una tecnología de guerra aérea y misilística, orientada
a destruir desde lejos, con los atacantes fuera del alcance de sus
víctimas. El ataque a Yugoslavia, a pesar de algunas perplejidades
cuando parecía necesaria la intervención por tierra, constituyó la
definición plena del modelo.
Los dos principios -a los que podemos llamar: "guerra para todo"
y "guerra sin honras fúnebres"-, en opinión de los coroneles,
constituyen también dos errores mayúsculos. La guerra no resuelve
definitivamente los problemas, la eliminación del coste humano propio
no es siempre posible. Además, el Pentágono rinde un culto excesivo a
la tecnología.
La guerra contemporánea está enmarcada por normas. leyes y acuerdos
desarrollados durante décadas por Occidente. La desvinculación de
estas normas es una exigencia para la defensa de los países más
débiles, es decir, de cualquier país que pueda ser agredido por los
estadounidenses; una apreciación, como veremos, en la que se quedan
cortos nuestros analistas chinos. Los EEUU no sólo forjaban normas y
técnicas para la guerra sino que estaban consolidando la norma suprema
de que ellos no se vinculaban a norma alguna.
En relación con los métodos de guerra, Qiao Liang y Wang Xianghui
critican, desde el punto de vista de la eficacia militar, el enorme
desarrollo y despliegue de armas de distinto tipo que realiza el
ejército norteamericano. El exceso reduce la eficacia de cada una de
ellas. La conclusión de este análisis profesional es realmente
preocupante: "ningún arma puede ser realmente decisiva excepto las
armas nucleares". La preocupación se ve reforzada por el proyecto de
desarrollo y fabricación de "pequeñas armas nucleares",
diseñadas para explotar a gran profundidad bajo el suelo, que fue
anunciado hace meses en Estados Unidos. También por la reclamación de
guerra nuclear en Afganistán que hicieron algunos congresistas.
Otro aspecto de los conflictos militares, convertido en regla universal
por EEUU, es la concepción de que los enfrentamientos armados están
vinculados a un "campo de batalla" específico. La guerra no puede
irse de las manos ni del lugar asignado para ella. El escenario del
combate tiene que ser definido y concreto.
Pensar fuera de las reglas
El instrumento primario, pues, de una revolución militar capaz de
resistir a la enorme superioridad de la superpotencia es la falta de
respeto a las reglas y los métodos de la guerra que pretende imponer
Estados Unidos. Esto, que pareció irrelevante durante más de dos
años, está causando ahora pavor entre los funcionarios del
Pentágono. No hay más que observar los acontecimientos del 11 de
septiembre a través del prisma de la guerra sin reglas de Qiao Liang y
Wang Xianghui.
La guerra "más allá de todas las fronteras y limitaciones"
cuestiona, en primer lugar, la definición y la limitación del
escenario del combate. En el Pentágono están muy interesados en
mantener los conflictos armados dentro de campos de batalla
determinados. Pero eso, que puede ser muy conveniente para los EEUU, es
extremadamente indeseable para sus enemigos. La conclusión es que ese
enfrentamiento militar localizado y de altísima tecnología no tiene
porqué ser el del siglo XXI. La conflagración romperá, por decisión
del más débil, el escenario limitado. Es posible concebir una guerra
sin fronteras y sin métodos codificados para enfrentarse al enorme
poderío de EEUU. Si China tiene necesidad de defenderse deberá
hacerlo más allá de las fronteras y limitaciones que imponen, para su
propio provecho, los EEUU. China debe evitar la trampa de la guerra
diseñada para hacer segura la victoria de Occidente.
EEUU, reconocen los coroneles chinos, tiene el liderazgo en la
capacidad para concebir tipos de guerra distintos. Ha desarrollado,
como parte de la que llaman su "revolución militar", el concepto
de "acción militar no bélica". El control de la información
mediática por los estados mayores podría ser un ejemplo de estas
acciones a las que se refieren Qiao Liang y Wang Xianghui, pero
también las operaciones de vigilancia global y de control permanente
de los posibles enemigos, las operaciones encubiertas, y, desde hace
poco, los "asesinatos selectivos". Sin embargo, el modelo
norteamericano no ha desarrollado otro concepto revolucionario, el de
"acción bélica no militar". En ese campo, enormemente amplio,
tiene que trabajar China. Es ahí donde pueden hacer la guerra aquellos
países incapaces de enfrentarse con Estados Unidos. Estructuras
informales de combatientes civiles, guerra informática, guerra en
todos los campos posibles. La acción militar es sólo una dimensión
de la guerra. Ante una amenaza vital China tiene que sentirse libre
para combatir de cualquier manera, con cualquier arma, en cualquier
lugar.
Los militares chinos vuelven a colocar la guerra en el lugar de las
grandes tragedias, se niegan a aceptar la posibilidad de ser atacados
sin costes y vencidos sin remedio. El principio que debe seguir China,
dicen, es el de acumulación. Hacer la guerra en todos los sitios
posibles, "golpear objetivos vulnerables con procedimientos
inesperados".
En Yugoslavia la ley se ajusta al delincuente
Pocos meses después de la publicación del libro, la OTAN realizó su
enorme ataque aéreo contra Yugoslavia. Durante este bombardeo el
modelo militar para las guerras del Imperio fue llevado hasta las
últimas consecuencias.
En primer lugar, EEUU "perfila" las reglas de la guerra según su
propios intereses. La intervención de la OTAN rompe con el derecho
internacional -se hace sin autorización del Consejo de Seguridad-
y con el propio tratado de la Organización Atlántica. Las normas, no
obstante, sufrirían un cambio radical antes de finalizados los
bombardeos para que se ajustasen a la guerra que las había violado. El
ajuste de la ley para legitimar al delincuente se realizó durante la
Cumbre de la Alianza Atlántica en Washington. Los países de la OTAN,
que ya se habían autodefinido como "comunidad internacional",
proclaman su derecho a señalar enemigos, delitos y delincuentes
internacionales, y a hacerles la guerra sin intervención de las
Naciones Unidas. "Sin autorización pero bajo el espíritu de las
NNUU" dirían, cínicamente, para acallar alguna mala conciencia. Es
todo un atentado contra la legalidad internacional realizado con
procedimientos de golpe de Estado.
Destrucción planificada y matanza escalonada
Pero son los elementos técnicos de la guerra y sus enormes
consecuencias lo que nos ocupa en estos momentos. El primero de ellos
es que las diferencias tecnológicas entre los EEUU y sus aliados, y
sus posibles enemigos, son tan inmensas que la guerra deja de ser un
combate, una contienda, para convertirse en una destrucción
planificada y en una matanza con escalada unilateral. Realizada siempre
en territorio enemigo es éste el que soporta la destrucción material
y el que "pone los muertos". El único ejemplo posible es el
precedente de las guerras coloniales. En contra de lo que demandaría
una conciencia humanitaria, en nombre de la cual se emprenden muchas
batallas, esta guerra, que por lo desigual debe llamarse
"carnicería" o "castigo", mantiene excelentes relaciones con
la opinión pública de los pueblos "más civilizados".
Pero la guerra tiene dos caras. De un lado fácil, del otro
intolerable. La impunidad con la que EEUU y sus aliados pueden hacerla
aumenta enormemente su probabilidad y la aceptación pública en
Occidente, incluso cuando se trata de conflictos de extrema violencia.
Lo que se piense al otro lado carece de importancia. La facilidad de la
contienda conduce, inevitablemente, al "gatillo fácil". La guerra
pierde para los Estados Unidos y sus aliados el carácter de tragedia y
se convierte en un instrumento político cotidiano. La trivialización
de este horror ha sido tan escandalosa, en estos últimos años, que se
ha bombardeado Iraq para distraer a la opinión pública de Estados
Unidos de asuntos domésticos como los devaneos sexuales de Clinton, o
para reforzar la legitimidad de una presidencia de origen tramposo,
como la de Bush.
El enfrentamiento militar se ha convertido en una contienda entre
destrucción y matanza, frente a resistencia. Si la resistencia se
empecina, la masacre de civiles puede utilizarse como un instrumento
irresistible de presión. Son los llamados "daños colaterales". En
Yugoslavia aumentaron a medida que la firmeza de la población hacía
temer que se impusiese la necesidad del combate en tierra. La
"batalla terrestre" alteraría el principio fundamental -"no
bajas propias"-, del modelo de guerra de EEUU. Otro tanto hemos
observado en Afganistán.
La irresistible tentación de hacer la guerra
En esta guerra que permite no sólo mantener a las poblaciones propias
al margen de la destrucción, de la violencia y de la muerte, sino
también a los propios "combatientes", la brutalidad es
necesariamente monopolio de Occidente. Pero esa brutalidad es
encubierta e incluso trasladada al enemigo. Este es el papel
fundamental de los medios de comunicación.
Ya que la guerra de "cero bajas" y en territorio enemigo, como tal,
no plantea ningún riesgo, se convierte en un instrumento casi
alternativo de la diplomacia, incluso sustitutivo de la misma, porque
alcanza los objetivos con más rapidez y eficacia. Desaparece la
autocontención que había definido a la contienda armada como el
recurso más extremo. Ahora adquiere un carácter cotidiano. La guerra
de victoria garantizada y sin riesgos se convierte en un proceso sin
características disuasivas. Ya no es una tragedia sino una realidad
estimulante.
La "guerra según el Pentágono" tiene también determinadas
funciones económicas: la "guerra negocio". Estamos ante conflictos
armados de corta duración, escenario limitado, momento elegido y
altísimo consumo. El equipo militar necesario puede escogerse y
fraccionarse para adaptar el castigo a los objetivos deseados, ya que
el riesgo de ser derrotado y destruido ha desaparecido. El conflicto
militar es además un mecanismo de experimentación que culmina los
procesos de investigación y desarrollo militares. Es, por lo tanto,
una pieza fundamental de la economía de armamento y de las relaciones
de la gran industria con el Pentágono -el casi olvidado complejo
militar-industrial que maneja el gigantesco presupuesto militar de
EEUU.
La última característica de la "guerra modelo" es su carácter
ejemplarizante. La guerra, enormemente desigual, violenta, victoriosa,
llevada hasta el límite de resistencia del enemigo, es observada por
todos y, en cierto sentido, se dirige contra todos. Es una advertencia
universal de poder, un acto de imperio.
Dos años después
El libro de los militares chinos no recibió demasiada atención.
Ninguna en lo relativo a su análisis de la "revolución militar"
de la que alardeaban los estrategas norteamericanos. Mucho menos en
relación con la revolución antagonista que se iniciaba con la
consigna "pensar y actual fuera de las reglas".
La poca atención se centró en el escándalo. Se acusaba a sus
autores, con enorme hipocresía por cierto, de hacer una apología del
terrorismo, de la propuesta de utilización de armas prohibidas y de la
guerra sin límites humanitarios. La acusación desde los sectores
oficialistas se hacía ocultando el poderoso sistema de terror y de
impunidad que habían establecido y que estaban desarrollando, hasta
las últimas consecuencias, los EEUU.
Los EEUU rompen también algunas reglas
Los militares chinos no podían apreciar, en aquél momento, hasta qué
punto EEUU iba a desarrollar su propio modelo fuera del marco de los
tratados y reglas internacionales.
Su estrategia global ha sido la de conservar y ampliar todas las
capacidades armamentísticas posibles, negándoselas al mismo tiempo
al enemigo. El problema era que la guerra de Yugoslavia, casi
modélica, había dejado en realidad algunas cuestiones por resolver.
Una de ellas estaba relacionada con el carácter no determinante de la
guerra aérea en determinadas condiciones. La característica
fundamental del modelo, la exigencia casi absoluta de "cero bajas
propias" podía desaparecer en escenarios más complicados que el de
los Balcanes.
Ya en la reforma del Tratado del Atlántico Norte, cuando todavía las
bombas caían sobre Belgrado, se definía como delito internacional
perseguible la fabricación de armas de destrucción masiva: nucleares,
químicas y bacteriológicas. La norma era establecida por un conjunto
de países, capitaneados por los EEUU, que son y han sido los máximos
fabricantes, utilizadores y vendedores de esas armas de destrucción
masiva. Lo que pretenden, evidentemente, es el monopolio.
Con la excusa de evitar esa proliferación, Iraq había sido
bombardeado y bloqueado hasta el genocidio.
No obstante esa "faceta justiciera", los EEUU se han negado a
aprobar el desarrollo del Tratado contra las Armas Químicas y
Biológicas, se han visto descubiertos desarrollando un enorme programa
de investigación y desarrollo de armas bacteriológicas, han aprobado
presupuestos para desarrollar un proyecto de fabricación de pequeñas
armas nucleares diseñadas para explotar a gran profundidad -un
refuerzo para su guerra modelo-, han anunciado su negativa a firmar
ningún acuerdo contra la realización de pruebas nucleares, se
disponen a terminar con la moratoria nuclear y se han negado a
ratificar el Tratado contra Minas.
Así pues, los Estados Unidos no están dispuestos a respetar norma ni
tratado alguno. De hecho, la propia declaración de Bush ante un
Congreso que autorizaba la "guerra contra el terrorismo", estuvo
marcada por declaraciones muy significativas: "utilizaremos -decía
el presidente- todas las armas que sean necesarias". La
declaración causa una alarma inmediata cuando recordamos el juicio de
los coroneles chinos: "las únicas armas realmente resolutivas son
las nucleares", y completamos ese juicio con la indiscutible
exigencia norteamericana de victoria y con la ausencia total de
escrúpulos que ha demostrado este país en los últimos cincuenta y
seis años.
El ataque del 11 de septiembre
Con el desplome de las Torres Gemelas y de uno de los vértices del
Pentágono, todos los elementos fundamentales del modelo de guerra
elaborado y ensayado por los EEUU han saltado hechos pedazos.
En primer lugar, las condiciones impuestas al escenario de la guerra.
La guerra no sólo se inicia en los EEUU sino que lo hace en su espacio
aéreo y en los edificios más emblemáticos del país: el cuartel
general y el corazón empresarial, comercial y financiero.
En segundo lugar, la guerra comienza con un tremendo número de
víctimas civiles norteamericanas y otro número muy considerable de
víctimas militares en el Estado Mayor de los ejércitos imperiales.
Para más escarnio de los diseñadores de la guerra del nuevo siglo,
Estados Unidos es situado en el lugar que no le corresponde en un
esquema de guerra similar al que han desarrollado los estrategas
pentagonales: atacado desde el aire, por un enemigo inalcanzable que
también bombardea ciudades. Los EEUU no pueden repeler ni contestar al
ataque, colocados en una impotencia similar a la que, frente a ellos,
sintieron iraquíes y yugoslavos. Porque no sólo ha desaparecido el
habitual campo de batalla sino que también lo han hecho, pulverizados,
los combatientes. La impunidad ha cambiado de bando.
La guerra de dos caras les ha enseñado la faceta amarga, el perfil
intolerable. Las armas y el método han sido totalmente inauditos. Un
simple factor humano: la disponibilidad a la inmolación de los
enemigos, ha alterado toda la batalla, ha sorprendido todas las
previsiones, se ha burlado de las costosísimas estructuras de defensa,
de los fabulosos gastos militares.
...tal vez, Bin Laden
Tal vez fue Bin Laden, pero también, tal vez, fueron otros.
Es posible, aunque muy improbable, que los que planificaron el ataque a
los Estados Unidos se hayan inspirado en la lectura directa del libro
de los dos coroneles. Es mucho más seguro que, más que recoger su
inspiración teórica, compartiesen con ellos la misma necesidad
estratégica. Los autores de los atentados actuaron, desde luego,
totalmente al margen de las reglas. Las armas, los combatientes, el
escenario y el método fueron inconcebibles. Su actuación resultó
absolutamente imprevisible e inimaginable para los miles de creadores
de modelos y "jugadores de la guerra" que trabajan en el
Pentágono.
De la seguridad al desconcierto
Las fuerzas armadas de los Estados Unidos eran superiores a las de
cualquier grupo de países del mundo. Sus gastos militares ampliaban
esa superioridad. No había antagonista militar alguno en el horizonte
previsible.
Los Estados Unidos controlaban todos los aspectos de la guerra
empezando por el escenario de la batalla, siempre muy lejos de su
propio territorio. Controlaban el comienzo y el final de la guerra, la
intensidad de las operaciones militares, el ritmo de los combates y los
niveles de destrucción y de matanza. Dominaban también su impacto en
la opinión pública.
Los políticos de Washington y los generales del Pentágono habían
establecido las reglas de su guerra y habían prescindido de todas las
normas internacionales.
En estas condiciones, el reto que se habían puesto a sí mismos los
coroneles chinos parecía una reflexión marginal de quienes se
resistían a una derrota ya programada en los libros secretos del
Pentágono.
Todo fue así hasta un día de septiembre. El día en que la Guerra
más allá de las reglas, convertida en "la guerra imposible", se
abatió contra los Estados Unidos.
Antonio Maira Rodríguez
Cádiz Rebelde, octubre 2001
El Viejo Topo nº 160, Enero 2002
Se puede reproducir con absoluta libertad sin más que mencionar al
autor y a InSurGente.
Este artículo fue publicado por primera vez en octubre de 2001
Antonio Maira
Cádiz Rebelde/ El Viejo Topo
A partir del 11 de septiembre la preocupación fundamental de los
políticos estadounidenses no fue capturar o matar a Bin Laden y
destruir Al Qaeda, ni tampoco la de lograr la caída de los talibanes y
el establecimiento de un régimen manejable, o francamente títere, en
Kabul, siendo estas dos cosas extremadamente importantes. Porque, otra
cosa, además de las Torres Gemelas, se ha desmoronado el 11 de
septiembre.
Una flecha en el tendón de Aquiles
Con toda la importancia de esos dos logros -uno, el de la venganza,
declarado públicamente, y el otro, el de la implantación de las
cohortes imperiales en suelo afgano, que más que sospechado es
conocido, compartido o lamentado, aunque en discreto silencio, por
todos los gobiernos del mundo-, lo realmente significativo para los
estrategas del Pentágono y para las propias relaciones de poder
internacionales que sostienen la supremacía de los EEUU o el poder del
Imperio, es que los atentados han puesto de manifiesto, también para
todos sus enemigos, la existencia de una enorme grieta en la seguridad
del país más poderoso del mundo, una vulnerabilidad totalmente
insospechada. Esto es extraordinariamente dramático para el proyecto
de poder de los Estados Unidos porque no puede ser remediado con éxito
militar, inmediato, alguno.
De repente, el territorio norteamericano -zona liberada de la
guerra- es alcanzable para sus enemigos, sus bienes pueden ser
destruidos y sus ciudadanos masacrados. Y esto no es una sospecha
paranoica o una alarma artificial elaborada para facilitar el
crecimiento del presupuesto de defensa o para justificar una operación
de castigo, sino una tremenda constatación avalada por cinco o seis
mil muertos, por el ataque al Pentágono y por la destrucción total e
irremediable del World Trade Center, los edificios más simbólicos de
la actitud de los Estados Unidos ante el nuevo milenio. Y también por
varias horas de desconcierto total, de temor y de impotencia
dramática, del país más armado del mundo. Sin aviso alguno, en una
hora corriente de un día cualquiera, los hechos afirmaron algo
totalmente inaudito: que la guerra había entrado y podía volver a
entrar, con niveles muy altos de destrucción y gran número de
víctimas civiles, arrasando los mayores símbolos de poder, en el
mismísimo territorio de los Estados Unidos.
Sobre la absoluta imposibilidad de que esto ocurriera estaba diseñada
una estrategia de dominación extremadamente agresiva y toda una
política internacional que desde hace años rompía negociaciones,
acuerdos, tratados y conciertos.
Ganar un enemigo, perder la impunidad
En el número de octubre de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet dice
que a "los veteranos de la guerra fría" del gabinete Bush la
situación puede resultarles favorable, porque "los atentados les
restituyen un factor estratégico del máximo nivel, del que se habían
visto privados durante diez años, desde el hundimiento de la Unión
Soviética: un adversario". Sin embargo, y aunque la demanda de
establecer un enemigo como prioridad de la política exterior aparecía
en el documento Santa Fe IV que supone la posición de la derecha dura
norteamericana y, como tal, orienta la política exterior de los
presidentes republicanos, lo que parece vital en estos momentos es que
los Estados Unidos han perdido el factor estratégico fundamental: la
impunidad. Este factor determinaba la posibilidad de recurrir a la
guerra sin pensarlo dos veces, como instrumento cotidiano y sin correr
riesgo alguno. Los ataques del 11 de septiembre han hecho tambalearse
el diseño estratégico que para la dominación del mundo habían
establecido los sucesivos Consejos de Seguridad Nacional -la
institución que determina la continuidad, más allá de las
contingencias presidenciales, en el diseño del Imperio-, la
política de armamentos de Washington y la estructura fundamental de su
política exterior. Lo han hecho al destruir la herramienta fundamental
del sistema de poder: el modelo de guerra elaborado minuciosamente en
los últimos quince años.
El no de dos coroneles chinos
El primer aviso de que en la guerra las cosas podrían no ir tan bien
como los Estados Unidos esperaban fue escrito, en chino, por los
coroneles Qiao Liang y Wang Xianghui nada menos que en 1999, poco antes
de la "guerra modélica" contra Yugoslavia. La idea de que algo
como lo sugerido pudiera ocurrir era tan descabellada que el libro La
guerra más allá de las reglas: evaluación de la guerra y de los
métodos de guerra en la Era de la globalización pasó totalmente
desapercibido. En realidad, el desinterés parecía justificado: los
coroneles iniciaban el análisis en la experiencia de la guerra del
Golfo y de las sucesivas operaciones contra Iraq, y admitían, en una
primera conclusión, que los EEUU eran invencibles.
Efectivamente, los militares chinos partían, de acuerdo en esto con
sus satisfechos colegas estadounidenses, de la constatación de la
absoluta superioridad militar y tecnológica de los EEUU. Ese punto de
partida, cuya consecuencia era la impotencia de los demás países para
defenderse de las agresiones y chantajes armados de la superpotencia,
se completaba con la convicción, en relación con China, de la enorme
posibilidad de sufrir a corto o medio plazo una ataque demoledor o una
amenaza irresistible.
Sin embargo, lejos de mantenerse en esa conclusión desasosegante
nuestros coroneles se habían implicado a fondo en el análisis de las
posibilidades de salir de un dilema dramático: obedecer a los EEUU o
ser arrasados. En esa minuciosa tarea definieron una revolución
militar que iba más allá de la ya realizada por el Pentágono; se
basaba en la recomendación de un pensamiento y una actuación "fuera
de las reglas", es decir, del conjunto de normas y métodos sobre la
guerra definidos por Occidente para asegurar su victoria.
Desde esa revolución basada en lo "militarmente incorrecto", que
arranca desde una posición deliberadamente marginal, lanzaron un
verdadero reto a los EEUU. En la guerra cuyas normas, reglas y métodos
de combate han sido definidas por Occidente, su país, China, no
tendría posibilidad alguna. En consecuencia, Qiao Liang y Wang
Xianghui, recomiendan resolver el problema "pensando fuera del
marco", "al margen de las reglas", de esas reglas, normas y
métodos de guerra que han sido impuestas por los estrategas y
militares del Pentágono.
Popeye se va a la guerra
Los Estados Unidos, en opinión de los coroneles chinos, parten de una
convicción y asumen una exigencia primaria en su relación con la
guerra. La convicción es la de que las disputas internacionales pueden
ser resueltas, definitivamente, en el campo de batalla. Como veremos
más tarde esta convicción es una manifestación y una consecuencia
del modelo de guerra que han estado desarrollando los estrategas del
Pentágono: una guerra instrumental, sin riesgos, fácil, sin costes
humanos, con éxito asegurado y con una fácil relación con la
opinión pública.
La exigencia es la de "cero bajas propias" como norma suprema en el
modelo de "combate". Desde la invasión de Panamá y la guerra del
Golfo, y como antídoto al síndrome de Vietnam, Washington ha
desarrollado una tecnología de guerra aérea y misilística, orientada
a destruir desde lejos, con los atacantes fuera del alcance de sus
víctimas. El ataque a Yugoslavia, a pesar de algunas perplejidades
cuando parecía necesaria la intervención por tierra, constituyó la
definición plena del modelo.
Los dos principios -a los que podemos llamar: "guerra para todo"
y "guerra sin honras fúnebres"-, en opinión de los coroneles,
constituyen también dos errores mayúsculos. La guerra no resuelve
definitivamente los problemas, la eliminación del coste humano propio
no es siempre posible. Además, el Pentágono rinde un culto excesivo a
la tecnología.
La guerra contemporánea está enmarcada por normas. leyes y acuerdos
desarrollados durante décadas por Occidente. La desvinculación de
estas normas es una exigencia para la defensa de los países más
débiles, es decir, de cualquier país que pueda ser agredido por los
estadounidenses; una apreciación, como veremos, en la que se quedan
cortos nuestros analistas chinos. Los EEUU no sólo forjaban normas y
técnicas para la guerra sino que estaban consolidando la norma suprema
de que ellos no se vinculaban a norma alguna.
En relación con los métodos de guerra, Qiao Liang y Wang Xianghui
critican, desde el punto de vista de la eficacia militar, el enorme
desarrollo y despliegue de armas de distinto tipo que realiza el
ejército norteamericano. El exceso reduce la eficacia de cada una de
ellas. La conclusión de este análisis profesional es realmente
preocupante: "ningún arma puede ser realmente decisiva excepto las
armas nucleares". La preocupación se ve reforzada por el proyecto de
desarrollo y fabricación de "pequeñas armas nucleares",
diseñadas para explotar a gran profundidad bajo el suelo, que fue
anunciado hace meses en Estados Unidos. También por la reclamación de
guerra nuclear en Afganistán que hicieron algunos congresistas.
Otro aspecto de los conflictos militares, convertido en regla universal
por EEUU, es la concepción de que los enfrentamientos armados están
vinculados a un "campo de batalla" específico. La guerra no puede
irse de las manos ni del lugar asignado para ella. El escenario del
combate tiene que ser definido y concreto.
Pensar fuera de las reglas
El instrumento primario, pues, de una revolución militar capaz de
resistir a la enorme superioridad de la superpotencia es la falta de
respeto a las reglas y los métodos de la guerra que pretende imponer
Estados Unidos. Esto, que pareció irrelevante durante más de dos
años, está causando ahora pavor entre los funcionarios del
Pentágono. No hay más que observar los acontecimientos del 11 de
septiembre a través del prisma de la guerra sin reglas de Qiao Liang y
Wang Xianghui.
La guerra "más allá de todas las fronteras y limitaciones"
cuestiona, en primer lugar, la definición y la limitación del
escenario del combate. En el Pentágono están muy interesados en
mantener los conflictos armados dentro de campos de batalla
determinados. Pero eso, que puede ser muy conveniente para los EEUU, es
extremadamente indeseable para sus enemigos. La conclusión es que ese
enfrentamiento militar localizado y de altísima tecnología no tiene
porqué ser el del siglo XXI. La conflagración romperá, por decisión
del más débil, el escenario limitado. Es posible concebir una guerra
sin fronteras y sin métodos codificados para enfrentarse al enorme
poderío de EEUU. Si China tiene necesidad de defenderse deberá
hacerlo más allá de las fronteras y limitaciones que imponen, para su
propio provecho, los EEUU. China debe evitar la trampa de la guerra
diseñada para hacer segura la victoria de Occidente.
EEUU, reconocen los coroneles chinos, tiene el liderazgo en la
capacidad para concebir tipos de guerra distintos. Ha desarrollado,
como parte de la que llaman su "revolución militar", el concepto
de "acción militar no bélica". El control de la información
mediática por los estados mayores podría ser un ejemplo de estas
acciones a las que se refieren Qiao Liang y Wang Xianghui, pero
también las operaciones de vigilancia global y de control permanente
de los posibles enemigos, las operaciones encubiertas, y, desde hace
poco, los "asesinatos selectivos". Sin embargo, el modelo
norteamericano no ha desarrollado otro concepto revolucionario, el de
"acción bélica no militar". En ese campo, enormemente amplio,
tiene que trabajar China. Es ahí donde pueden hacer la guerra aquellos
países incapaces de enfrentarse con Estados Unidos. Estructuras
informales de combatientes civiles, guerra informática, guerra en
todos los campos posibles. La acción militar es sólo una dimensión
de la guerra. Ante una amenaza vital China tiene que sentirse libre
para combatir de cualquier manera, con cualquier arma, en cualquier
lugar.
Los militares chinos vuelven a colocar la guerra en el lugar de las
grandes tragedias, se niegan a aceptar la posibilidad de ser atacados
sin costes y vencidos sin remedio. El principio que debe seguir China,
dicen, es el de acumulación. Hacer la guerra en todos los sitios
posibles, "golpear objetivos vulnerables con procedimientos
inesperados".
En Yugoslavia la ley se ajusta al delincuente
Pocos meses después de la publicación del libro, la OTAN realizó su
enorme ataque aéreo contra Yugoslavia. Durante este bombardeo el
modelo militar para las guerras del Imperio fue llevado hasta las
últimas consecuencias.
En primer lugar, EEUU "perfila" las reglas de la guerra según su
propios intereses. La intervención de la OTAN rompe con el derecho
internacional -se hace sin autorización del Consejo de Seguridad-
y con el propio tratado de la Organización Atlántica. Las normas, no
obstante, sufrirían un cambio radical antes de finalizados los
bombardeos para que se ajustasen a la guerra que las había violado. El
ajuste de la ley para legitimar al delincuente se realizó durante la
Cumbre de la Alianza Atlántica en Washington. Los países de la OTAN,
que ya se habían autodefinido como "comunidad internacional",
proclaman su derecho a señalar enemigos, delitos y delincuentes
internacionales, y a hacerles la guerra sin intervención de las
Naciones Unidas. "Sin autorización pero bajo el espíritu de las
NNUU" dirían, cínicamente, para acallar alguna mala conciencia. Es
todo un atentado contra la legalidad internacional realizado con
procedimientos de golpe de Estado.
Destrucción planificada y matanza escalonada
Pero son los elementos técnicos de la guerra y sus enormes
consecuencias lo que nos ocupa en estos momentos. El primero de ellos
es que las diferencias tecnológicas entre los EEUU y sus aliados, y
sus posibles enemigos, son tan inmensas que la guerra deja de ser un
combate, una contienda, para convertirse en una destrucción
planificada y en una matanza con escalada unilateral. Realizada siempre
en territorio enemigo es éste el que soporta la destrucción material
y el que "pone los muertos". El único ejemplo posible es el
precedente de las guerras coloniales. En contra de lo que demandaría
una conciencia humanitaria, en nombre de la cual se emprenden muchas
batallas, esta guerra, que por lo desigual debe llamarse
"carnicería" o "castigo", mantiene excelentes relaciones con
la opinión pública de los pueblos "más civilizados".
Pero la guerra tiene dos caras. De un lado fácil, del otro
intolerable. La impunidad con la que EEUU y sus aliados pueden hacerla
aumenta enormemente su probabilidad y la aceptación pública en
Occidente, incluso cuando se trata de conflictos de extrema violencia.
Lo que se piense al otro lado carece de importancia. La facilidad de la
contienda conduce, inevitablemente, al "gatillo fácil". La guerra
pierde para los Estados Unidos y sus aliados el carácter de tragedia y
se convierte en un instrumento político cotidiano. La trivialización
de este horror ha sido tan escandalosa, en estos últimos años, que se
ha bombardeado Iraq para distraer a la opinión pública de Estados
Unidos de asuntos domésticos como los devaneos sexuales de Clinton, o
para reforzar la legitimidad de una presidencia de origen tramposo,
como la de Bush.
El enfrentamiento militar se ha convertido en una contienda entre
destrucción y matanza, frente a resistencia. Si la resistencia se
empecina, la masacre de civiles puede utilizarse como un instrumento
irresistible de presión. Son los llamados "daños colaterales". En
Yugoslavia aumentaron a medida que la firmeza de la población hacía
temer que se impusiese la necesidad del combate en tierra. La
"batalla terrestre" alteraría el principio fundamental -"no
bajas propias"-, del modelo de guerra de EEUU. Otro tanto hemos
observado en Afganistán.
La irresistible tentación de hacer la guerra
En esta guerra que permite no sólo mantener a las poblaciones propias
al margen de la destrucción, de la violencia y de la muerte, sino
también a los propios "combatientes", la brutalidad es
necesariamente monopolio de Occidente. Pero esa brutalidad es
encubierta e incluso trasladada al enemigo. Este es el papel
fundamental de los medios de comunicación.
Ya que la guerra de "cero bajas" y en territorio enemigo, como tal,
no plantea ningún riesgo, se convierte en un instrumento casi
alternativo de la diplomacia, incluso sustitutivo de la misma, porque
alcanza los objetivos con más rapidez y eficacia. Desaparece la
autocontención que había definido a la contienda armada como el
recurso más extremo. Ahora adquiere un carácter cotidiano. La guerra
de victoria garantizada y sin riesgos se convierte en un proceso sin
características disuasivas. Ya no es una tragedia sino una realidad
estimulante.
La "guerra según el Pentágono" tiene también determinadas
funciones económicas: la "guerra negocio". Estamos ante conflictos
armados de corta duración, escenario limitado, momento elegido y
altísimo consumo. El equipo militar necesario puede escogerse y
fraccionarse para adaptar el castigo a los objetivos deseados, ya que
el riesgo de ser derrotado y destruido ha desaparecido. El conflicto
militar es además un mecanismo de experimentación que culmina los
procesos de investigación y desarrollo militares. Es, por lo tanto,
una pieza fundamental de la economía de armamento y de las relaciones
de la gran industria con el Pentágono -el casi olvidado complejo
militar-industrial que maneja el gigantesco presupuesto militar de
EEUU.
La última característica de la "guerra modelo" es su carácter
ejemplarizante. La guerra, enormemente desigual, violenta, victoriosa,
llevada hasta el límite de resistencia del enemigo, es observada por
todos y, en cierto sentido, se dirige contra todos. Es una advertencia
universal de poder, un acto de imperio.
Dos años después
El libro de los militares chinos no recibió demasiada atención.
Ninguna en lo relativo a su análisis de la "revolución militar"
de la que alardeaban los estrategas norteamericanos. Mucho menos en
relación con la revolución antagonista que se iniciaba con la
consigna "pensar y actual fuera de las reglas".
La poca atención se centró en el escándalo. Se acusaba a sus
autores, con enorme hipocresía por cierto, de hacer una apología del
terrorismo, de la propuesta de utilización de armas prohibidas y de la
guerra sin límites humanitarios. La acusación desde los sectores
oficialistas se hacía ocultando el poderoso sistema de terror y de
impunidad que habían establecido y que estaban desarrollando, hasta
las últimas consecuencias, los EEUU.
Los EEUU rompen también algunas reglas
Los militares chinos no podían apreciar, en aquél momento, hasta qué
punto EEUU iba a desarrollar su propio modelo fuera del marco de los
tratados y reglas internacionales.
Su estrategia global ha sido la de conservar y ampliar todas las
capacidades armamentísticas posibles, negándoselas al mismo tiempo
al enemigo. El problema era que la guerra de Yugoslavia, casi
modélica, había dejado en realidad algunas cuestiones por resolver.
Una de ellas estaba relacionada con el carácter no determinante de la
guerra aérea en determinadas condiciones. La característica
fundamental del modelo, la exigencia casi absoluta de "cero bajas
propias" podía desaparecer en escenarios más complicados que el de
los Balcanes.
Ya en la reforma del Tratado del Atlántico Norte, cuando todavía las
bombas caían sobre Belgrado, se definía como delito internacional
perseguible la fabricación de armas de destrucción masiva: nucleares,
químicas y bacteriológicas. La norma era establecida por un conjunto
de países, capitaneados por los EEUU, que son y han sido los máximos
fabricantes, utilizadores y vendedores de esas armas de destrucción
masiva. Lo que pretenden, evidentemente, es el monopolio.
Con la excusa de evitar esa proliferación, Iraq había sido
bombardeado y bloqueado hasta el genocidio.
No obstante esa "faceta justiciera", los EEUU se han negado a
aprobar el desarrollo del Tratado contra las Armas Químicas y
Biológicas, se han visto descubiertos desarrollando un enorme programa
de investigación y desarrollo de armas bacteriológicas, han aprobado
presupuestos para desarrollar un proyecto de fabricación de pequeñas
armas nucleares diseñadas para explotar a gran profundidad -un
refuerzo para su guerra modelo-, han anunciado su negativa a firmar
ningún acuerdo contra la realización de pruebas nucleares, se
disponen a terminar con la moratoria nuclear y se han negado a
ratificar el Tratado contra Minas.
Así pues, los Estados Unidos no están dispuestos a respetar norma ni
tratado alguno. De hecho, la propia declaración de Bush ante un
Congreso que autorizaba la "guerra contra el terrorismo", estuvo
marcada por declaraciones muy significativas: "utilizaremos -decía
el presidente- todas las armas que sean necesarias". La
declaración causa una alarma inmediata cuando recordamos el juicio de
los coroneles chinos: "las únicas armas realmente resolutivas son
las nucleares", y completamos ese juicio con la indiscutible
exigencia norteamericana de victoria y con la ausencia total de
escrúpulos que ha demostrado este país en los últimos cincuenta y
seis años.
El ataque del 11 de septiembre
Con el desplome de las Torres Gemelas y de uno de los vértices del
Pentágono, todos los elementos fundamentales del modelo de guerra
elaborado y ensayado por los EEUU han saltado hechos pedazos.
En primer lugar, las condiciones impuestas al escenario de la guerra.
La guerra no sólo se inicia en los EEUU sino que lo hace en su espacio
aéreo y en los edificios más emblemáticos del país: el cuartel
general y el corazón empresarial, comercial y financiero.
En segundo lugar, la guerra comienza con un tremendo número de
víctimas civiles norteamericanas y otro número muy considerable de
víctimas militares en el Estado Mayor de los ejércitos imperiales.
Para más escarnio de los diseñadores de la guerra del nuevo siglo,
Estados Unidos es situado en el lugar que no le corresponde en un
esquema de guerra similar al que han desarrollado los estrategas
pentagonales: atacado desde el aire, por un enemigo inalcanzable que
también bombardea ciudades. Los EEUU no pueden repeler ni contestar al
ataque, colocados en una impotencia similar a la que, frente a ellos,
sintieron iraquíes y yugoslavos. Porque no sólo ha desaparecido el
habitual campo de batalla sino que también lo han hecho, pulverizados,
los combatientes. La impunidad ha cambiado de bando.
La guerra de dos caras les ha enseñado la faceta amarga, el perfil
intolerable. Las armas y el método han sido totalmente inauditos. Un
simple factor humano: la disponibilidad a la inmolación de los
enemigos, ha alterado toda la batalla, ha sorprendido todas las
previsiones, se ha burlado de las costosísimas estructuras de defensa,
de los fabulosos gastos militares.
...tal vez, Bin Laden
Tal vez fue Bin Laden, pero también, tal vez, fueron otros.
Es posible, aunque muy improbable, que los que planificaron el ataque a
los Estados Unidos se hayan inspirado en la lectura directa del libro
de los dos coroneles. Es mucho más seguro que, más que recoger su
inspiración teórica, compartiesen con ellos la misma necesidad
estratégica. Los autores de los atentados actuaron, desde luego,
totalmente al margen de las reglas. Las armas, los combatientes, el
escenario y el método fueron inconcebibles. Su actuación resultó
absolutamente imprevisible e inimaginable para los miles de creadores
de modelos y "jugadores de la guerra" que trabajan en el
Pentágono.
De la seguridad al desconcierto
Las fuerzas armadas de los Estados Unidos eran superiores a las de
cualquier grupo de países del mundo. Sus gastos militares ampliaban
esa superioridad. No había antagonista militar alguno en el horizonte
previsible.
Los Estados Unidos controlaban todos los aspectos de la guerra
empezando por el escenario de la batalla, siempre muy lejos de su
propio territorio. Controlaban el comienzo y el final de la guerra, la
intensidad de las operaciones militares, el ritmo de los combates y los
niveles de destrucción y de matanza. Dominaban también su impacto en
la opinión pública.
Los políticos de Washington y los generales del Pentágono habían
establecido las reglas de su guerra y habían prescindido de todas las
normas internacionales.
En estas condiciones, el reto que se habían puesto a sí mismos los
coroneles chinos parecía una reflexión marginal de quienes se
resistían a una derrota ya programada en los libros secretos del
Pentágono.
Todo fue así hasta un día de septiembre. El día en que la Guerra
más allá de las reglas, convertida en "la guerra imposible", se
abatió contra los Estados Unidos.
Antonio Maira Rodríguez
Cádiz Rebelde, octubre 2001
El Viejo Topo nº 160, Enero 2002
Se puede reproducir con absoluta libertad sin más que mencionar al
autor y a InSurGente.