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2006-04-27 14:30:24 UTC
Piano y voz en las alturas
Por: Pedro de la Hoz
27 de Abril, 2006
La Habana.- Nada que envidiar a Schubert y Wolf. El lied cubano posee
credenciales propias. Se nutre de un doble linaje: el de ascendencia
universal y la juglaría insular de larga data. Y no es género menor,
sino empinado escalón hacia una identidad que no se enquista. Un buen
ejemplo, el de Harold Gramatges.
Rodeado de amigos y escoltado por Marita Rodríguez y Conchita Franqui,
protagonistas del hecho cultural, el maestro Harold Gramatges celebra
la salida del disco con sus canciones.
Su obra integral en ese campo, la de toda una vida, acaba de ser
registrada y puesta a circular por el sello Unicornio, de Producciones
Abdala, bajo un título elocuente, el mismo de un ciclo de canciones
del maestro, En el huerto del cantar, a partir de los versos de Ángel
Gaztelu, cofrade de ese bien llamado taller renacentista que fue el
Grupo Orígenes.
El disco, por sí mismo, constituye un hito en la discografía cubana.
Se admira, con solo tenerlo en la mano, una portentosa acuarela de
Flora Fong en la cubierta. La nota analítica de María Elena Vinueza,
escrita desde la emoción, aporta información imprescindible. La
grabación de Jerzy Belc confirma su profesionalismo en el registro
exacto de la música de cámara. El cuidado de Ana Lourdes Martínez en
la producción no es noticia; se trata de una de las mejores en esas
lides en el ámbito doméstico. Se hace notar la consagración de Gema
Suárez, asistente de Harold, en la conjunción de tantas bellas
voluntades.
Ello no quita el deber de señalar un vacío imperdonable: la ausencia
de los textos poéticos musicalizados por el maestro. El propio Harold
ha dicho que en poetas de probado aliento ha hallado inspiración y
gozo. Ellos, algunos quizás sin saberlo, coprotagonizaron el acto
creador. ¿Cómo no van a constar los versos en el cuadernillo que
acompaña el disco? ¿Qué oyente no va a querer seguir la obra de
Harold leyendo a Martí, Guillén, Machado, Lorca, Gaztelu, Ballagas, y
Hedman?.
El registro suple con creces ese defecto. De un lado, la obra de
Harold, incólume y medular. No es solo oficio del autor que caza
palabras y metáforas, sino de artista pleno que descubre qué acento
le viene al cuerpo de los Versos sencillos, qué giro le asienta a la
fluidez de Pablo Armando, cuál es la medida de la hispanidad que se
acriolla en las décimas de Raúl Ferrer, cuánta contención vale para
no desbordar morisquerías a la hora de las coplas de Lorca. Del otro,
la plenitud de un ejercicio camerístico ejemplar, a cargo de la
soprano Conchita Franqui, intérprete acuciosa y esmerada, atenta a la
intención lírica de los versos y a la intensidad de la música; y de
la pianista Marita Rodríguez, de fraseo impecable y acendrada visión
integral en cuanto al modo de proyectar el entorno sonoro de cada
canción.
Por: Pedro de la Hoz
27 de Abril, 2006
La Habana.- Nada que envidiar a Schubert y Wolf. El lied cubano posee
credenciales propias. Se nutre de un doble linaje: el de ascendencia
universal y la juglaría insular de larga data. Y no es género menor,
sino empinado escalón hacia una identidad que no se enquista. Un buen
ejemplo, el de Harold Gramatges.
Rodeado de amigos y escoltado por Marita Rodríguez y Conchita Franqui,
protagonistas del hecho cultural, el maestro Harold Gramatges celebra
la salida del disco con sus canciones.
Su obra integral en ese campo, la de toda una vida, acaba de ser
registrada y puesta a circular por el sello Unicornio, de Producciones
Abdala, bajo un título elocuente, el mismo de un ciclo de canciones
del maestro, En el huerto del cantar, a partir de los versos de Ángel
Gaztelu, cofrade de ese bien llamado taller renacentista que fue el
Grupo Orígenes.
El disco, por sí mismo, constituye un hito en la discografía cubana.
Se admira, con solo tenerlo en la mano, una portentosa acuarela de
Flora Fong en la cubierta. La nota analítica de María Elena Vinueza,
escrita desde la emoción, aporta información imprescindible. La
grabación de Jerzy Belc confirma su profesionalismo en el registro
exacto de la música de cámara. El cuidado de Ana Lourdes Martínez en
la producción no es noticia; se trata de una de las mejores en esas
lides en el ámbito doméstico. Se hace notar la consagración de Gema
Suárez, asistente de Harold, en la conjunción de tantas bellas
voluntades.
Ello no quita el deber de señalar un vacío imperdonable: la ausencia
de los textos poéticos musicalizados por el maestro. El propio Harold
ha dicho que en poetas de probado aliento ha hallado inspiración y
gozo. Ellos, algunos quizás sin saberlo, coprotagonizaron el acto
creador. ¿Cómo no van a constar los versos en el cuadernillo que
acompaña el disco? ¿Qué oyente no va a querer seguir la obra de
Harold leyendo a Martí, Guillén, Machado, Lorca, Gaztelu, Ballagas, y
Hedman?.
El registro suple con creces ese defecto. De un lado, la obra de
Harold, incólume y medular. No es solo oficio del autor que caza
palabras y metáforas, sino de artista pleno que descubre qué acento
le viene al cuerpo de los Versos sencillos, qué giro le asienta a la
fluidez de Pablo Armando, cuál es la medida de la hispanidad que se
acriolla en las décimas de Raúl Ferrer, cuánta contención vale para
no desbordar morisquerías a la hora de las coplas de Lorca. Del otro,
la plenitud de un ejercicio camerístico ejemplar, a cargo de la
soprano Conchita Franqui, intérprete acuciosa y esmerada, atenta a la
intención lírica de los versos y a la intensidad de la música; y de
la pianista Marita Rodríguez, de fraseo impecable y acendrada visión
integral en cuanto al modo de proyectar el entorno sonoro de cada
canción.